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Cincuenta años después de los sucesos del Mayo francés, se pueden extraer algunas conclusiones de entre el gran caudal de información recuperada sobre aquellas semanas atípicas. La primera de ellas es que el germen común en el estallido de las protestas fue una vaga y poco racionalizada sensación de asco y desdén hacia la autoridad por parte del estamento estudiantil, una sensación que revistió todo el movimiento de un tinte netamente antiautoritario, que fue como lo definió Cohn-Bendit más tarde.
El origen habitual de las revueltas populares históricas había sido hasta entonces el rechazo a una situación agudamente injusta, ya se debiera a causas políticas, sociales o económicas. Los levantamientos que produjeron la Revolución Francesa, la soviética o las guerras coloniales obedecían a motivos concretos: eran respuestas desesperadas, y en muchos casos inevitables, a situaciones de abuso por parte de una minoría opresora. Los insurgentes tenían objetivos y dianas específicos para su acción, sentían que se rebelaban en defensa propia.
En cambio, los jóvenes parisinos que prendieron la mecha de la rebelión de Mayo no lo hicieron por esas razones; no se sentían particularmente oprimidos ni tenían razones insoportables para rebelarse, como el hambre o la tiranía. La política tradicional los consideraba “rebeldes sin causa”, haciéndose eco del título de la famosa película de Nicholas Ray interpretada por James Dean.
El fermento de Mayo hay que buscarlo en las nuevas ideas humanistas del siglo XX y en los movimientos políticos influidos por las vanguardias artísticas más atrevidas que surgieron tras el psicoanálisis, como el dadaísmo y el surrealismo. Los surrealistas habían nacido con base política, pero los excesos de Stalin segaron la hierba bajo los pies de personajes como Aragon, Picasso o Sartre, que continuaban ligados al PCF.
En 1957 apareció el situacionismo, un movimiento de “vanguardia total”. Los situacionistas reivindicaban como herramienta de acción la poesía no literaria, que a sus ojos era la puesta en marcha de conductas personales absolutamente nuevas en momentos especiales de la vida a los que llamaban “situaciones”. Perseguían la liberación individual y detestaban el marketing, el espectáculo político, la sociedad de consumo, el arte de consumo, la Guerra de Vietnam y el comunismo oficial. Cualquier enrolamiento político que exigiera militancia y jerarquía les parecía pura alienación, así como cualquier trabajo remunerado. Uno de sus eslóganes era: “No trabajes nunca”. Eran anarquistas, desde luego.
El 22 de marzo de 1968, un grupo de 300 estudiantes situacionistas, trotskistas y maoístas se manifiestan contra la Guerra de Vietnam y, ya puestos, asaltan las instalaciones de American Express en París. Se producen seis arrestos y el resto del grupo vuelve a Nanterre, ocupa la sala de profesores y funda un movimiento de resistencia al que llaman 22 de Marzo, uno de cuyos responsables es Cohn-Bendit. El movimiento se extiende como la pólvora por las aulas de Francia y, cuando corre el rumor de que Dany el Rojo va a ser expulsado, se produce el estallido. La Universidad de Nanterre suspende las clases y sus estudiantes toman La Sorbona el 3 de mayo. En ese momento es cuando empieza todo.
網站建置 Los eslóganes revolucionarios
Durante aquellos días, los estudiantes produjeron una enorme cantidad de eslóganes con los que cubrieron los muros y escaparates de la ciudad, y también imprimieron miles de pasquines que luego fijaron en las esquinas y los troncos de los árboles. Algunas de aquellas sencillas frases perduraron para siempre, como “Prohibido prohibir”, “Bajo los adoquines está la playa” o “Soy marxista de tendencia Groucho”.
Otras estaban dedicadas a los habitantes de los barrios ricos que mantenían sus paredes impolutas: “Pared en blanco, pueblo mudo”, “Acabaréis reventando de confort” o “Si las paredes tienen oídos, vuestros oídos tienen paredes”. Unas cuantas se plantaron en las iglesias, como la célebre “Aunque existiera Dios, convendría suprimirlo”, o también “Dios debe de ser un intelectual de izquierdas”.
Otros muchos eslóganes estaban destinados al consumo interno: “Corre, camarada; el mundo viejo te persigue”; “Vine, vi, creí”; “No se puede dormir tranquilo una vez que se han abierto los ojos”; “Exagerar es empezar a inventar”; “Pueden cortar las flores, pero no impedirán la primavera”; “Exploremos el azar”; “Nuestra esperanza sólo puede venir de los desesperados”; “La libertad es el crimen que contiene todos los crímenes: nuestra arma absoluta”; “La poesía está en la calle”; “La obediencia empieza por la consciencia y la consciencia por la desobediencia”.
En muchos casos, el núcleo del eslogan era puramente político, de índole más o menos elevada, como el sorprendente “Mutación lava más blanco que revolución o reformas”, y a menudo ácidamente crítica: “Estalinistas: vuestros hijos están con nosotros”; “El socialismo sin libertad no es más que un cuartel”; “La anarquía es YO”; “No hay pensamientos revolucionarios; sólo actos revolucionarios”; “El Estado es cada uno de nosotros”; “El aburrimiento es contrarrevolucionario”; “Obrero: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado”; “Las barricadas cierran la calle y abren la vida”; “¡Viva la democracia directa!”… También tomaban forma de consejos, a veces imperativos: “Si piensas por los demás, ellos pensarán por ti”; “También tú puedes volar”; “¡Cabreaos!”; “¡No trabajéis nunca!”.
Como es natural, la liberación y la revolución se habían extendido también al terreno sexual. Los estudiantes franceses ya gozaban de una libertad sexual que incluso la sociedad francesa de la época, muy abierta y comprensiva, llamaría promiscuidad. Hay que tener en cuenta que la píldora anticonceptiva acababa de liberalizarse y que nadie quería pasar por estrecho o estrecha.
De este modo, aparecieron los eslóganes sexuales, que nunca llegaron a ser procaces ni obscenos. He aquí algunas muestras escogidas: “Amaos los unos sobre los otros”; “Las reservas impuestas al placer excitan el placer de vivir sin reservas”; “Besaos sin caretas”; “Haced el amor y volved a hacerlo”; “Abraza a tu amor sin soltar el fusil”; “Desabotonad el cerebro tan a menudo como la bragueta”; “Vivid sin tiempos muertos y gozad sin trabas”; “Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución; cuanto más hago la revolución más ganas me entran de hacer el amor”.
Cuando todo acabó, en la manifestación del 1 de junio pudo leerse: “Esto ha sido el principio. Sigamos el combate”.
網站建置 Un ideólogo: Guy Debord
La figura de Guy Debord (1931-1994), fundamental en los acontecimientos del Mayo francés, es muy difícil de resumir, porque la originalidad de su talento deslumbra tanto como su magnífica capacidad para expresarlo. Debord fue poeta, activista, filósofo, cineasta y un lúcido crítico de la sociedad. En suma, un personaje revolucionario, un estratega cuyo “modesto” empeño era contribuir a la construcción de “una vida distinta que merezca ser vivida”.
Explicó el propósito de uno de los movimientos que fundó, la Internacional Situacionista (IS), de esta manera: “Trabajamos para establecer, consciente y colectivamente, una nueva civilización”. En Debord, lo menos importante es la biografía. Lo esencial es asomarse a la altura de su pensamiento. Considera, por ejemplo, que la crisis del arte es sólo un síntoma de un fenómeno mayor: “la unión de la vida con el arte para elevar nuestras existencias a lo que el arte prometía antes de agonizar”.
En 1967 aparece su contribución nuclear: La Sociedad del Espectáculo. Se trata de una denuncia de la alienación consecuente a la sociedad de consumo a través del espectáculo asociado a las mercancías (cualesquiera que sean, desde los estropajos a la política) o de las mercancías convertidas en espectáculo.
Para Debord, espectáculo es toda relación entre personas mediatizada por imágenes. Sumidos en ese universo ilusorio, necesitamos un esfuerzo extra para comprender y liberar nuestras propias vidas, diferenciándolas de la existencia virtual que propone el omnipresente espectáculo que nos rodea. En realidad, el enemigo es la propaganda en todas sus formas, el falseamiento de la realidad que nos rodea por fuera y que asimilamos inevitablemente en nuestro interior.
Pensando así, Debord considera a Marshall McLuhan el principal cómplice de esa alienación, y le trata simplemente de imbécil. Es evidente que Debord anticipó con clarividencia la situación a la que hemos llegado en nuestros días, en la que absolutamente todo se ha convertido en espectáculo y la verdad, apenas reconocible, importa mucho menos que la manera de presentarla.
Sus críticas, tan vastas, agudas y novedosas como demoledoras, están montadas en un pensamiento político muy refinado que se funda en la individuación, en la consciencia, y persigue por encima de todo la liberación personal en el seno de una colectividad libre y consciente. De ahí su eslogan “¡No trabajéis nunca!”, pues considera el trabajo asalariado la base de toda alienación. Desde esa perspectiva, Debord ve el mundo como una inmensa trampa montada por la burguesía capitalista, de la que sólo puede escaparse con lucidez crítica y a través de medios radicales, de medios revolucionarios.
La curiosidad y el talento de este protagonista intelectual de Mayo del 68 –expresados por sus seguidores en unión de otros muchos jóvenes “contestatarios” (una expresión que nació en aquellos momentos)– le llevaron también a profundizar en el estudio de la estrategia a partir de la teoría de juegos.
En 1987, publica su Juego de la guerra, un tratado sobre estrategia que, de acuerdo con su propia opinión, fue la actividad mental más prolongada y constante que desarrolló a lo largo de su vida. Admirado por unos y despreciado por otros, se retiró a su propiedad del Loira aquejado de una neuropatía debida a su alcoholismo crónico. Su amigo el homeópata Michel Bounan le siguió y se ocupó de él hasta que Debord se pegó un tiro, el 30 de noviembre de 1994.
網站建置 Los de enfrente
Además de los flics (policías), los gendarmes móviles y los CRS, los manifestantes de Mayo tenían enfrente a dos organizaciones nacionalistas y paramilitares, el SAC y el grupo nacionalista Occident.
El SAC (Servicio de Acción Cívica) fue fundado en 1960 por Charles Pasqua, Jacques Foccart y otros ardientes seguidores de Charles de Gaulle con el propósito expreso de aportar una ayuda sin condiciones al general y su política nacionalista. No eran muy escrupulosos con la selección de sus miembros: abrieron sus puertas a policías, gentes del hampa y miembros de la resistencia colonial en Argelia.
El partido gaullista ignoró siempre a esta organización, aunque se sabía que estaba teledirigida por Jacques Foccart, un íntimo de De Gaulle. Parece ser que, durante aquellos sucesos, Pasqua, que tenía muchos enemigos en la organización, quiso imponerse a Foccart alineándose con los estudiantes y, a finales de ese mismo año, Foccart expulsó a Pasqua.
Durante los disturbios, el SAC protagonizó diversos incidentes. Con frecuencia actuaron como provocadores infiltrados en la muchedumbre y, en cierta ocasión, usando una ambulancia robada y disfraces de enfermeros, recogieron a manifestantes heridos y los trasladaron al sótano de su cuartel general en la calle Solferino, donde los aporrearon a conciencia. Pero cuando su ayuda resultó decisiva fue en la gran manifestación gaullista del 30 de mayo, que abarrotó de seguidores del General los Campos Elíseos y decantó la balanza política del lado del gobierno.
En cuanto al grupo Occident, fundado en 1964, era una organización estudiantil de extrema derecha nacionalista que contaba en 1968 con 1.500 miembros. No tenía empacho en declararse fascista arguyendo que, al menos, en los países fascistas los jóvenes no se aburrían. Su anticomunismo era visceral; una de sus consignas era “¡Matad a los comunistas allá donde los encontréis!”.
Eran supremacistas, antisemitas y partidarios de la Guerra de Vietnam. Se pretendían los defensores de la pureza de los valores occidentales, de donde procede su nombre. Fueron ellos quienes provocaron los primeros enfrentamientos entre universitarios en Nanterre. Cuando estalló el movimiento en toda su dimensión, se vieron ante una disyuntiva: o luchar en la calle junto a los izquierdistas contra los gaullistas, a los que detestaban, o bien luchar contra los izquierdistas apoyando a las fuerzas armadas. Esto produjo una disparidad de acción que en ocasiones enfrentó en la acción callejera a los propios miembros de la organización.
Después de los sucesos, cuando en junio se propuso la disolución de los grupos políticos extremistas, Occident no se vio afectado pues, según dijo (escandalosamente) el propio ministro de Justicia, “si bien los militantes de Occident desarrollaron durante los hechos de mayo una conducta violenta, no puede deducirse de ella que hayan de ser considerados elementos subversivos”.
Algo después, a finales de octubre, destruyeron el local del SNSup, y al día siguiente un comando maoísta-anarquista regó de gasolina el café donde se reunían los líderes de Occident y arrojó un cóctel molotov en el interior. Esa misma tarde, los de Occident hicieron explotar una librería maoísta y los anarquistas intentaron incendiar, a su vez, una librería derechista. El día 31 de octubre, el ministro del Interior decretó por fin la disolución de Occident.